
Malevich: el revolucionario ruso que intentó llegar al grado cero del arte
Kazimir Malevich (1878-1935) fue quien dio inicio a la abstracción con su célebre Cuadrado negro (1915). Todavía ese puñetazo a la figuración perdura en nuestros días. Sus obras suprematistas, primero, y sus ulteriores obras conducen hacia el arte abstracto. Su evolución abarca desde el futurismo a los retratos más convencionales. Se cumplen 100 años del inicio de la Revolución rusa y por ello merece la pena detenerse ante uno de los artistas más interesantes, revolucionarios e influyentes del siglo XX, junto a Kandinsky y Chagall.
Junto a otros intelectuales rusos de primer nivel como los escritores Vladimir Maikovski, Boris Pasternak y Viktor Shklovski conformaron una élite que defendían que el arte era la mejor manera de cambiar radicalmente a la sociedad pesimista y vulgar de su época. Todos ellos sentían que el arte y la literatura debían ser revolucionarios. Pero a partir del año 20 el Estado soviético triunfante concluirá por dar órdenes al arte. Algunos artistas se resistieron y mantuvieron su personalidad individual, otros se adaptaron a las normativas dictadas por el poder. Malevich formo parte del primer grupo.
Malevich, admirador del futurismo del italiano Marinetti, admiraba a éste por el desprecio a la tradición burguesa y su lucha contra el academicismo consolidado y empalagoso. Les gustaba provocar y escandalizar abruptamente al burgués y a lo burgués, incluso recurriendo a la payasada, al insulto y a las acciones simbólicas.
Malevich, aplaudió y participó de la Revolución Rusa: el derrocamiento del zarismo fue la confirmación de que el nuevo arte podría triunfar ante el orden triunfante. Desgraciadamente para ellos, la muerte de Lenin y la llegada de Stalin provocó una agobiante intromisión del poder en la creatividad del artista.
El suprematismo, definido por el propio Malevich como “la sensibilidad a través del cual llega el arte a la representación sin objetos, al suprematismo, alcanza a un desierto donde nada es reconocible, excepto la sensibilidad”. Plantea que el arte no estará más al servicio de ninguna religión ni Estado porque “no quiere seguir ilustrando la historia de las costumbres, no quiere saber nada del objeto como tal”. Quizá por esto después de su muerte su obra desapareció de la esfera pública soviética hasta los años de la Perestroika.
La obra de Malevich está muy ligada al diseño, de hecho resuenan como imágenes muy actuales, si no fuera porque tienen cien años. La búsqueda de su estilo es constante, nada escapa a su escrutinio artístico. Malevich sostiene que esta época necesita de un arte que pueda ser comprendido por el pueblo, sin renunciar a lo puramente artístico. Sin embargo, su obra tachada de fría e intelectual no se rigen por los estilos tradicionales de la pintura, tampoco trasmitían mensajes sociales, lo que los alejó del arte oficial y propagandista, a pesar de que sus retratos campesinos se aproximan un poco a lo que gustaba en los comités oficiales, a un cierto modo populista de entender la función del arte.
Si bien Malevich simpatizó con la Revolución, con los años sufrió la misma suerte que otros artistas que fueron enviados a prisión. Intentó establecerse en Alemania pero fue obligado a regresar a San Petersburgo y arrestado. Malevich coincidió con el ascenso de la revolución obrera, que los artistas apoyaron activamente en sus primeros momentos, aunque la especial naturaleza de su arte le fue alejando del fervor de la clase política dominante.
Al iniciarse la Gran Guerra, Malevich participó de acciones de protesta antibelicista. En 1915 exhibe el Cuadrado negro y declara fundado el suprematismo, que postulaba el triunfo sobre la figuración y la vigencia de la forma geométrica y el color como medio para la realización de la obra. Malevich organizó las conmemoraciones de la revolución de Octubre que tuvieron lugar en Vitebsk en 1920. Desde la revolución de Febrero de 1917 Malevich había participado como encargado artístico de la representación soviética en Moscú y, consolidada la revolución bolchevique, siguió con su participación en el ámbito estatal para la difusión del arte –que él consideraba que debía ser un arte nuevo–.
En su haber, Kazimir Malevich fue uno de los artistas fundadores de la era contemporánea, pero, quizá, su mejor activo fuera el de resistirse a esa especie de termita termidoriana que intentó capar la individualidad del artista. Si la clase obrera se encontraba en esos momentos desarrollando su perspectiva política de gobierno, los artistas no quedaban rezagados en la misión de cambiarlo todo. La construcción de la nueva sociedad se llevaba a cabo de forma paralela.
Kazimir Malevich resistió. Tabula rasa.
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